Habitar el terror

 

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Hablar de lo Hollywoodense es hablar, regularmente, de lo políticamente correcto. El marketing que hay detrás de cada película busca configurar en sus espectadores el gusto por algo; poner en marcha los motores del deseo. El glamour seduce, y por lo tanto vende. Lo hollywoodense como esa maraña de historias y personajes hechos filmes, que dan la impresión de, en el fondo, contar una sola e íntima historia. Una historia basada en la seducción, en la identificación; la identificación con esa otredad que no nos pertenece, pero que gracias a un filme se convierte en algo alcanzable. Allá, en la visible lejanía de la bandera a cuadros; la casa grande, con patio más grande, familia role model dentro, e iglesia a la vuelta de la esquina; justo ahí es que Hollywood hace crecer su imperio, el cual está construido a partir de la generación de estereotipos, los cuales están ligados a dios, en un sentido metafórico; es decir a la ley. He ahí el límite entre lo marginal y lo central en una cultura. Lo central defiende a muerte la bandera del sentido, heredero de la comunicación exitosa y represor del sujeto real; entiendo (la palabra de dios) por lo tanto existo.

MV5BNTI5YWI2NzUtMmRmNS00OTg0LWFlMzYtMDk5YzhlYTZkNjMwXkEyXkFqcGdeQXVyNjQ4NTMyMTg@._V1_SY1000_CR0,0,669,1000_AL_Estas características pueden observarse un poco en filmes como The Conjuring 2 (2016), la película de terror (atención) de James Wan. En la cinta se pueden ver los estereotipos antes mencionados de forma muy marcada; de entrada ¿qué decir de la familia? La familia para Hollywood es uno de los artificios más contundentes y efectivos, de manera que lo que se busca es justo lo que Aristóteles quería: confirmar la importancia de la familia como núcleo de la sociedad. En The Conjuring 2, así como en Ouija (2014) el estereotipo de familia que se busca fortalecer es el más común de nuestros días: la familia con padre o madre ausente, pero sí, más presente que nunca; y pensar en Boyhood (2014) también como una cinta de horror y recordar las escenas donde conviven sin problema alguno las esposas del personaje de Ethan Hawke.

Rodrigo Fresán, en La dulce sonrisa de la calavera, un artículo publicado en el suplemento “El viajero” del periódico El País, dice que “si los esquimales tienen veinte maneras diferentes de nombrar a la nieve, los mexicanos tienen varias decenas más a la hora de nombrar a la muerte”. Esas múltiples maneras de nombrar a la muerte tienen que ver con el lenguaje popular que revela ciertas fobias y filias de cada sociedad. Siguiendo con México, podemos encontrarnos muchas expresiones populares que involucran a la madre, cuando la madre para los mexicanos es una entidad realmente sagrada o, como diría Fresán, una enmascarada de Tonantzin a.k.a. La virgen de Guadalupe.

Así, dentro de esa misma popularidad nos encontramos con el terror vomitado à la Regan MacNeil desde el lenguaje. El terror en The Conjuring 2 y en Ouija radica en lo literal, lo que quiere decir que es llevado al filme a partir de lo popular. El terror es lo que vive Janet Hudgson, la niña poseída por no otra cosa que por los recuerdos de su padre; justo ahí es donde radica el terror, en la marginalidad de una familia que ha sido abandonada por su padre. La paradójica presencia del padre ausente se manifiesta a cada instante, ya moviendo los juguetes del tartamudo Billy Hudgson, ya apoderándose de Janet, sacando a relucir una especie de psicosis que va de lo individual a lo colectivo; ya haciendo énfasis en un tocadiscos viejo que no ha sonado desde que “el que no debe ser nombrado” se marchó de casa.

conjuring

 

Evidentemente Hollywood hace que este estereotipo de familia emergente y on demand toque fondo para así poderle lanzar un salvavidas, porque claro, no importa la magnitud de las adversidades, la ley, dios, siempre tendrá una solución a todos tus problemas con tal de que, a cambio, ocupes sin rechistar el lugar que te ordene, perdón, el lugar que te otorgue en la cadena jerárquica de la vida. El salvavidas en el caso de The Conjuring 2 son los Warren, unos infiltrados de la iglesia católica en casos paranormales, quienes de a poco y a través de la figura de Ed “el hombre perfecto” Warren empiezan a llenar el vacío que ha dejado “el que no debe ser nombrado”. Los Warren claramente representan a la institución católica, la cual simbólicamente supera a otras instituciones tales como la psiquiátrica, representada por la reprimida Anita Gregory; o el marginal departamento de investigaciones paranormales liderado por Maurice Grosse. En pocas palabras, si tu marido te dejó acércate a la iglesia a tiempo, que ellos tendrán el plan perfecto de reinserción social, es decir una manera de hacerte entrar en la cadena simbólica que te ha arrojado al vacío, que te ha vomitado el terror en la cara; o bien, como se propone en Ouija, si tus padres se han marchado, aún tienes a tu herman@, no lo dejes solo y sálvense a sí mismos del terror o hagan lo que sea, pero por favor, no le peguen el tiro de gracia a lo que nuestros gloriosos días de desempleo, migración y libertad (¿o no es esta la libertad que querían?) han hecho con la familia, ya de por sí hecha pedazos, y God bless America.

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Por último, Anthony Lane, el intrépido crítico de cine de The New Yorker, ve algo similar entre el cine basura (considérese esto como un halago), y su capacidad de representar a un estrato tan popular como lo es la familia. En su artículo Apocalypse now: Bryan Singer’s new “X-men” movie dice con el más putrefacto de los humores que la épica que tenemos ante nuestros ojos en X-men Apocalypse (2016) no es más que la representación de la esfera de operaciones morales que rige a cualquier familia numerosa, y que incluso su espiritualidad (aunque conviene más decir su metafísica, ya que se refiere a los vínculos afectivos y problemáticos que emergen en el seno de cualquier familia y que sobrepasan a la realidad misma, insertándose en un plano meramente simbólico) es tan implacable (pensar en el leitmotif de Max Eisenhardt a.k.a. Erik Lehnsherr a.k.a. Magneto) que incluso Eugene O’Neill hubiera aflojado el nudo de su corbata y se hubiera servido un trago. Yo creo que el empedernido de Eugene O’Neill ante la moral mostrada en The Conjuring 2, llevada hasta los límites más mochos posibles, no hubiera alcanzado si quiera a desatar el nudo de su corbata y hubiera caído fulminado por algún demonio de algún bourbon pasado.

 

M.D.

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