Roma, la complacencia política

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Para todos excepto I.C.

Hace tres años, el polifónico crítico cinematográfico mexicano Jorge Ayala Blanco (1942) tundió al director Alejandro G. Iñárritu (1963) con su cinta The revenant (2015) por pasar de ser un lamegüevos de los gringos a un engañapendejos, apantallando a la ignorancia universal con un pastiche-collage de otras pelis, poniéndose una vez más al servicio de la Industria. Ahora, a propósito de la nueva arma del gigante Netflix: Roma (2018), del compa de Iñárritu, Alfonso Cuarón (1961), Ayala Blanco tragó veneno y se unió a los elogios interplanetarios que recibió la cinta, aunque esta vez siendo bastante ecuánime y centrándose en los, según él, virtuosísimos movimientos de la cámara, entre otros aspectos técnicos. Sin embargo, hay algo que Ayala Blanco no dijo y tiene que ver con la explotación de una imagen inatacable (únicamente en la superficie, por supuesto) hoy en día que sobrepasa a la mujer misma: la mujer indígena.

Así podemos pensar en aquel momento en que el filósofo S. Zizek (1949) dijo que gente como Spivak (1942) y Homi Bha Bha (1949) enseñaban en Harvard por la sencilla razón de ser de la India. Sucede algo similar con la no-actriz Yalitza Aparicio (1992), quien ha sido galardonada justamente por lo que no hace en el terreno fílmico, es decir por su vida real. Este uno de los grandes temas del cine y la literatura hoy en día: la vida real, siendo incluso el leitmotif de le película de Cuarón.

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Así, cabe preguntarnos ¿hasta qué punto se está dejando de lado el trabajo cinematográfico para amparar y darle crédito, ya que la sociedad no puede hacerlo, a una textualidad como la de Cleo? La respuesta la esboza el filósofo Walter Benjamin (1892) en su texto El autor como productor, donde plantea la importancia de saber conjugar lo político con lo literario (¿Qué más político que la imagen de Cleo o la del contraste entre los niños pobres y ricos, quienes disfrazados de astronautas valen lo mismo?). De esta manera, la tendencia política correcta, dice Benjamin, implica la calidad literaria de una obra. Es decir, no basta con contar tus cositas de forma autobiográfica, sino que debe haber un impacto de por medio, una verdad que represente una visión para la sociedad en general, una problemática que nos toque a todos ya como pueblo, ya como individuos.

Es por eso que se vuelve evidente la complacencia política infundida en Roma, más allá de una cualidad fílmica que se baste por sí sola. Los ejemplos son innumerables; clases altas y bajas contrastadas, pero siempre en tregua; la felicidad del vasallo que se contenta con soñar, como el niño vestido de astronauta; Cleo disfrutando, sí, disfrutando, de una fiesta en los inframundos del/su hogar burgués donde fue a trabajar en Año Nuevo, mientras su patrona no disfruta porque sufre de la separación de su infantil ex-esposo; el excéntrico soldadito estilo Heli, quien eventualmente formará parte de una matanza, previo adiestramiento salvavidas, haciéndole sentir el poder que nunca tuvo; Cleo, una vez más, siempre, limpiando la mierda del perro sin palabras y temiendo por dejar de ser el vasallo del hogar.

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A pesar de omitir On my way de Phill Collins como soundtrack perfecto para la escena en que Cleo y su comadre van camino a hacer el mandado, la película conmueve porque la complacencia política siempre conmueve (ver la escena en que Cleo pierde a su bebé). Además siempre hay una luz al final del túnel (inserte su canción de Disney favorita); la multiseñalada playa de Truffaut, y Sandra Bullock (1964) como un nuevo comienzo, un aferrarse a la vida, un Sísifo sí, pero optimista, y no resignado.